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CRÍTICA AL MINIMALISMO (Reflexiones sobre el ornamento Parte I de 7)

  • Foto del escritor: Dasha Sánchez Maximova
    Dasha Sánchez Maximova
  • 10 ene 2016
  • 5 Min. de lectura

Ensayo académico

Extracto de tesis de Licenciatura en Diseño Bs. As. 2013 / © Edición especial para Sinergia Lab Quito:2016

______

¿Por qué te pintas los labios rojos?

Para hacerle un portal a mi boca,

cueva de dientes, mucosas ardientes, apertura digestiva,

el horno de mis ideas, el canal de mi aliento,

la evidencia de mi disgusto o de mi risa.

Rojo, porque quiero que la miren fijamente y se pregunten

¿Por qué se pinta los labios rojos?

Quito, 17 de diciembre del 2015

Este artículo pretende revitalizar y reivindicar el rol del ornamento en la práctica diaria del diseño.

Retrato de Jo o La Bella Irlandesa, Gustave Courbet, 1865–66, Metropolitan Museum of Art

Ornamento es el término con el que genéricamente se califica a los elementos o composiciones que sirven como atavíos para hacer vistosa una cosa, pero esta definición simplificada prioriza la función decorativa y descarta otras. De esta manera, en muchos casos el ornamento es considerado un sobrante, un esfuerzo innecesario carente de sentido práctico. En 1910, el reconocido arquitecto Adolf Loos incluso llega a calificarlo

como un delito, reforzando ya para entonces las bases de lo que en 1960 terminaría por ser el minimalismo, o la búsqueda de la reducción a lo esencial.

“La forma sigue a la función” (1), este dogma del diseño surge a principios del siglo XX y Lidwell, Holden y Butler, siguen considerándolo como un Principio Universal del Diseño (2010, p.106), donde la búsqueda de la limpieza de las formas y su máxima simplificación, tienden a verse como indiscutibles virtudes, como si lo otro, la ornamentación, fuese un sinónimo de falta de funcionalidad o contaminación visual.

En la actualidad, si se analizan los términos cotidianos utilizados para referirse al ornamento, se hallará implícita una cierta discriminación como algo suntuario, agregado a la utilidad como un adorno. En un texto recuperado de Ananda Coomaraswamy (1939), historiador y filósofo hindú, se menciona que muchos términos asociados con ornamento han perdido su significación etimológica original; el mismo verbo en sánscrito traducido como ornamentar, en su idioma original quiere decir hacer lo suficiente, mientras que hoy pudiera entenderse como hacer demás, y continúa diciendo:

Todo lo que era originalmente necesario para la integridad de algo, y así propio de

ello, daba al usuario placer naturalmente, hasta que posteriormente, lo que había

sido esencial una vez a la naturaleza del objeto, vino a considerarse como

ornamento que podía agregarse u omitirse a voluntad. (1939)

Ello lleva a pensar que los ornamentos, particularmente aquellos representativos o característicos de una cultura o una época, poseen una función práctica que supera la decoración, aunque en algunos casos, ésta pudiese haberse perdido con el paso de los años, reduciéndose a fines suntuarios. Lo cierto es que a través del ornamento se puede abrir un acceso a lo indecible, lo trascendente, lo no presente y lo invisible de la cultura de un pueblo. Por citar un ejemplo, Moraza menciona refiriéndose al capitel romano:

(…) todo es posible entre el piso y la cubierta; todo aquello que el edificio niega en

nombre de la higiene estructural o arquitectónica, surge de un modo convulso en

el capitel: Lo obsceno y lo oscuro, lo demoníaco, las cavernas psicológicas, la

bestia…” (1989, p.10).

Este primer planteamiento obliga a indagar en las relaciones entre ornamento y cultura. En la antropología cultural, la definición de cultura tiende a parecerse a la de comunicación, por ejemplo Stuart Hall la define como “…la producción e intercambio de significados entre los miembros de una sociedad o de un grupo. (…) Es así como la cultura depende de los que participan en ella interpretando su entorno y confiriendo ‘sentido’ al mundo de modo semejante” (1997, p. 2). Esto es compatible además, con la visión antropológica de Paul Bohannan, quien describe a la cultura como la capacidad humana de utilizar herramientas y símbolos (1992), donde los actos están inscritos en una red infinita de significaciones. Estas afirmaciones otorgan a las manifestaciones culturales la calidad de signos.

De ese modo, ninguna manifestación cultural puede ser entendida en forma aislada, sino como elemento de un conjunto expresado en un orden determinado y articulado en forma razonada. Es recurrente entre teóricos estructuralistas la idea que los seres humanos han logrado culturizar todo su comportamiento. El obrar humano parte de lo que le es dado por la naturaleza, pero además de lo que es creado y adquirido en el aprendizaje social, porque la naturaleza y la cultura representan dos dimensiones “capitales y

complementarias de la vida humana” (Zeccheto, 2010, p.35).

Podría decirse que el ser humano es un pedazo de la naturaleza que ha adquirido conciencia de su existencia y su diferencia del resto y, gradualmente, ha logrado conferir significado a todas sus conductas. La cultura nace y se replantea a través del intercambio de información dentro y fuera del núcleo social, conformándose en un sistema de sistemas de significaciones que cambia constantemente, pues se readapta al entorno que va transformando, siendo causa y efecto de los cambios sociales. Así, la cultura modela los actos humanos. En la teoría del interaccionismo simbólico, los seres humanos se aproximan a las cosas en base de lo que éstas significan para ellos (Blumer, 1986, p.2).

Los ornamentos son, entonces, imágenes producidas con el fin de servir de signos, y por tanto, desde la visión de Peirce, podría decirse que en cuanto a la relación con el objeto que designan, pueden ser iconos - cuando tienen relación de semejanza con el objeto que representan, o símbolos, cuyo valor es establecido por convención social, o ambos a la vez. Por ejemplo, si bien la representación de una espiga de trigo, posee la calidad de icono por su semejanza con un objeto real de conocimiento común; para los antiguos griegos es símbolo de la diosa Démeter; para los egipcios simboliza la resurrección de Osiris; y para los cristianos, el cuerpo y la resurrección de Cristo (Bruce-Mitford, p.46). En otros casos las imágenes visuales pueden ser polisémicas, es decir que pueden tener varias interpretaciones.

La noción de símbolo, va unida a la idea de cierto contenido, que representa otro contenido con valor cultural, es decir que posee un significado encerrado en si mismo. El símbolo representa programas mnemónicos, como argumentos guardados en la memoria del colectiva (Lotman, 2002, pp.91-93). Para Peirce, el símbolo es ante todo un signo, que posee una relación no-icónica o arbitraria con lo que representa (Zechetto, 2012, p. 64). Pero esa aparente arbitrariedad está establecida desde unos códigos culturales que pueden pasar desapercibidos por quienes no poseen una memoria cultural o histórica referencial.

Para conjeturar sobre el sentido original de los ornamentos, deben considerarse las diversas variables funcionales que se les pudieran atribuir. Para ello, se puede partir como referencia de un marco teórico construido desde la historia del arte y el diseño, y la antropología.

Funciones culturales del ornamento

La contemplación es el fin común de la ornamentación, pero esto no reduce su naturaleza a fines decorativos, puesto que es además la evidencia del deseo humano porcrear, siendo un reflejo del ser colectivo, pero también del ser individual. Allí está condensada la información social que funda la cultura y legitima sus leyes, por lo que los ornamentos se deben concebir como signos que representan ideas, ya sean abstractas o materiales, y que son un delicado sistema de persuasiones e implicaciones sociales.

Desde este marco, la ornamentación involucra una producción planificada que atañe justamente a las formas de los objetos, considerando variables culturales, históricas y tecnológicas, de forma que bien pudiera ser considerada una manifestación de diseño.

El ornamento no ofrece funciones en si mismo, sino que existe para regalarle sus propiedades a otro. Ningún ornamento es el centro de atención, sino que es el halo mágico, es el código que preserva el conjuro de lo verdaderamente importante. De allí que se han detectado seis funciones culturales fundamentales para éste:

FUNCIÓN I: El ornamento y la búsqueda de la belleza

FUNCIÓN II: El ornamento como confirmante del orden social

FUNCIÓN III: El ornamento como Codificador de información

FUNCIÓN IV: Ornamentos como elementos rituales o de significación espiritual

FUNCIÓN V: Ornamentos como identificadores y elementos de reconocimiento social

FUNCIÓN VI: El ornamento como evidencia del cambio social

En entradas posteriores se indaga a profundidad en cada una de ellas.

 
 
 

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