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La era de Trump o el despegue de los mercados del sur

  • Pedro A. Avendaño Garcés, PhD
  • 9 feb 2017
  • 4 Min. de lectura

Artículo ilustrado con obras del Muralista mexicano, Diego Rivera

Las alarmantes noticias proveniente de Estados Unidos respecto del cierre de la frontera, la revisión o término de los tratados de libre comercio y la creciente xenofobia por parte de la presidencia del país más democrático del mundo, supone un reordenamiento de los sistemas internacionales, aunque no necesariamente, el levantamiento de un nuevo orden económico mundial gobernado por la grandes corporaciones internacionales. Lo que a Trump le parece la defensa de su país a través de la construcción de un muro, no es sino darle la vuelta a toda América Latina y en esa dimensión debe inscribirse la respuesta que debemos dar.

Que se encierre y discuta con sus connacionales qué hace con los transgénicos, con las subvenciones a la agricultura, qué hace con sus excedentes y un largo etcétera. América Latina tiene un potencial de mercado de cerca de 625 millones de personas y para el 2025, se empinará a 680 millones de personas.

Durante décadas nos hemos quejado del Imperio, de su astucia y poder militar para imponer sus decisiones. Cuántas dictaduras, desaparecidos y muertos ha costado su política de sometimiento y cuántos gobiernos y elites han gobernado a la sombra de sus estrategias. Una buena parte de la sociedad latinoamericana hace años reclamaba ante la OMC y en los foros internacionales contra el NAFTA, ejemplo de no comercio y de no libertad, puesto que imponía sobre México y los países productores de maíz, una conducta tan agresiva que prácticamente los pequeños campesinos terminaron por someterse a una realidad en la que el maíz subvencionado de Estados Unidos era y sigue siendo más barato que el que produce en suelo mexicano y en todo el territorio de cual es originario. Eso es apenas un ejemplo de la inmensa desigualdad que se expresa en las relaciones de poder aparejada en los tratados de segunda y tercera generación. Canadá tampoco quedó inerme frente al NAFTA puesto que a poco de firmado el acuerdo, las compañías presionaron fuertemente por obtener concesiones sobre el agua y sobre la gran minería, además de un capítulo poco conocido sobre el desplazamiento de la flota de altura norteamericana hacia aguas jurisdiccionales de canadienses. Por su parte, otros países que buscaron en los tratados con EE.UU su estabilidad económica, lo que terminaron haciendo fue favorecer a su sector exportador controlado por corporaciones nacionales, que esta vez se aliaron a porcentajes desiguales con la corporaciones norteamericanas, para una mejor explotación de materias primas o con un primer procesamiento y con excelentes resultados económicos, peor en ningún caso, ello implicó desarrollo para los sectores más vulnerables. En el caso de Argentina, el sector de la carne fue uno de los más favorecidos, incluso a pesar de los discursos del renovado socialismo del S. XXI, no paró de acumular ganancias asentadas claro, en la recuperación progresiva del latifundio. Para Chile el tratado con EE.UU implicó casi una renuncia a un territorio libre o más libre de grandes plantaciones de pino y eucaliptus, herencia de la políticas de la dictadura, que eran consumidos por los mercados norteamericanos y chinos. A cambio de ello, sospecho, estos países pudieron vivir con menos interferencia consolidando democracias representativas, pero carentes de profundidad ciudadana.

Ahora, resulta incoherente protestar porque Trump quiere levantar un muro, poniendo el acento en el debilitamiento de las economías latinoamericanas y en esta vuelta de espalda. Pero si nunca hemos sido aliados sino explotados, nunca hemos sido cómplices en la aventura del desarrollo y menos aún socios comerciales como nos hacían creer. Ojalá haga el muro para que queden encerrados sus demonios, que para eso nosotros tenemos los propios. Que se encierre y discuta con sus connacionales qué hace con los transgénicos, con las subvenciones a la agricultura, qué hace con sus excedentes y un largo etcétera. América Latina tiene un potencial de mercado de cerca de 625 millones de personas y para el 2025, se empinará a 680 millones de personas. Esta es la magnífica oportunidad para comprender que este continente diverso, rico, culturalmente avanzado y profundo, con acceso a dos océanos y en caso del Caribe a mares interiores, posee todo lo necesario para no depender de Estados Unidos y de las apreciaciones del señor Trump. Pero eso es poesía dirán algunos, puesto que la realidad es otra. Vendrán los gobiernos y las clases dominantes a suplicar, como signo del buen salvaje, una conversa, un arreglito, un no jodo, pero no toque; estarán listos los economistas modernos, los sociólogos y los politólogos para explicarnos la conveniencia de hacer arreglos para que de esa manera Trump restablezca una suerte de miedo sobre todos nosotros. Si el precio del muro es quedarnos con menos empresas gringas ya habrá valido la pena.

Me parece también que la OEA debe sufrir grandes cambios, de inicio, quedará aislada en la otra parte del muro y tendrá que hacer ingentes esfuerzos para traer a sus signatarios negociando la visa. Ni qué decir de la UNASUR o de la CELAC y de otras organizaciones que han gastado su preciso tiempo y recursos económicos en una especie de terna alabanza.

El murotrump significa una oportunidad para un mercado común, para transferencia de conocimientos, para una ciudadanía latinoamericana, para una libre circulación de las personas y del capital. Tanto quejarnos del imperio y resulta que ahora llega la oportunidad de su propia mano, ¡Quién lo diría!

Tampoco es para pensar que el muro será la encarnación del sueño de Bolívar de una América unidad o de una Gran Colombia. Debemos aprender a sumar las diferencias, a comprenderlas, a tratarlas y sobre todo, aprender que lo diverso es la riqueza y la fortaleza para un desarrollo humano, estable, sostenible y sustentable. Que se vaya la flota norteamericana de aguas nacionales, que siga su pelea con al OTAN, que deje de oprimir, levanta guerras y desestabilizar gobiernos. Que Trump construya muchos muros más, tal como lo está haciendo, para que otros niños encuentren en sus países, las raíces de su crecimiento.


 
 
 

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